Posturas de yoga que no exigen mucho pero alivian un chingo (y otras formas suaves de no colapsar)
- msaucedob
- 28 jun
- 3 Min. de lectura
Hay días en los que lo único que se ilumina en mí es el foco del refri a las tres am.
Días en los que todo pesa: el cuerpo, el inbox, el simple hecho de existir.
Días en los que no quiero hacer yoga, ni introspección, ni absolutamente nada que huela a “autocuidado con velita de lavanda”.
Y sin embargo, me tiro al mat.
No por disciplina. No por evolución espiritual. Sino porque ya no sé qué más hacer con todo el peso muerto que traigo encima.

Y es ahí, justo ahí —con el cuello hecho trapo y el alma a medio vencer— donde descubro un tipo de yoga que no me exige salvarme.
Solo me pide que me acueste y respire. Que me rinda, pero no como derrota, sino como descanso, como aceptación.
Aquí te van algunas posturas que me han hecho paro en esos momentos:
Yoga para cuando no puedes con tu existencia ni con la vida adulta
1. Balasana (postura del niño harto de todo)
Una rendición segura. La de quien no tiene respuestas, pero al menos tiene un tapete y un par de rodillas dispuestas a doblarse.

2. Supta Baddha Konasana (mariposa en estado de coma emocional voluntario)
Tan pasiva que parece que no estás haciendo nada. Pero ahí está: el corazón abriéndose milimétricamente, el sistema nervioso diciéndote “gracias, te amo”. El corazón por encima de la cabeza, for a change.
3. Viparita Karani (piernas en la pared y pensamientos en modo avión)
Circula la sangre. Se aligeran los pies, las piernas, y a veces —milagrosamente— también el drama mental. Por ahí dicen que es igual de benéfica que que el parado de cabeza y que revitaliza tanto como un par de horas de sueño. Pruébala y me dices si a tí te funciona.
El arte de acostarse sin culpa. De cerrar los ojos sin evitarte. De practicar la presencia sin hacer absolutamente nada. Casi una revolución. Soltarte hacia el vacío, sin expectativa.

¿Y esto qué tiene que ver con salud mental y física?
Todo.
Porque el cuerpo no separa lo emocional de lo biológico.
Porque aunque no tengas fiebre, estás procesando cosas que no caben en un termómetro.
Lo físico duele, sí. Pero también duelen los duelos no resueltos (de personas que se van, o que simplemente se transforman, de expectativas que no se cumplen, de sueños que no llegan, de madrazos de la vida y de vueltas en U que jamás imaginamos atravesar).
La culpa crónica de no estar haciendo “lo suficiente”, el deseo de desaparecer un rato, la sobre exigencia invisible.
Y todo eso vive en la espalda, en las mandíbulas apretadas, en el insomnio, en el sistema digestivo, en la falta de energía, en el deseo constante de acostarte y no levantarte por horas.
A veces sentimos que somos “flojas”, pero lo que estamos es cansadas de sostener lo que nadie más ve, la carga invisible:
Reajustes químicos internos.
Procesos de desintoxicación emocional.
Cambios vitales que parecen invisibles pero pesan como si fueran de concreto.
Duelos que no han tenido forma ni permiso para salir.
La expectativa silenciosa de que tenemos que poder con todo: el trabajo, la vida, el cuerpo, la sanación, la lucidez, la belleza, la ambición, el inbox, la salud.
Paréntesis personal (porque yo también estoy ahí)
Estos últimos tres días me ha costado muchísimo pararme de la cama.
Llueve, hace frío, el cuerpo está sin energía, y cada célula parece decir: “plis para”.
Pero hay otra voz adentro —esa que viene con el perfeccionismo crónico— que dice: “haz cosas, no te estanques, avanza. ¿Dónde quedó la ambición y las metas?”
Y no puedo. Pero no porque sea floja.
No puedo porque estoy procesando duelos, reajustando mi sistema nervioso, sosteniendo mi equilibrio, moviéndome entre pérdidas (sobre todo de creencias), cambios internos, decisiones silenciosas que me agotan más que cualquier junta.
Y entonces lo entendí:
descansar no es rendirse.
Es dejar de luchar contra algo que necesita tiempo, silencio y espacio para sanar.
Y el yoga suave no es una práctica de emergencia. Es una forma de dignidad corporal cuando ya diste todo y no quieres seguir sobreviviendo en automático.
Cierre: lo suave también es profundo
Esta no es una oda al yoga suave como plan B.
Es un recordatorio de que lo suave también es profundo.
Que hay prácticas que no te dejan sudando, pero te devuelven a ti misma.
Que hacer menos a veces es hacer justo lo que se necesita.
Y que si hoy solo puedes estirarte un poco y respirar sin juicio,
entonces ya estás haciendo mucho más de lo que crees.
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