Mi camino con la dieta antiinflamatoria (o cómo pasé de las galletas al oil pulling)
- msaucedob
- 23 sept
- 3 Min. de lectura
Cuando pensaba que el yoga lo resolvía todo
Confieso: durante años la alimentación no me importaba nada. Yo creía que con hacer yoga y ejercicio ya estaba “palomeado” el tema de la salud. Spoiler: no.
Mi dieta era un caos: en la oficina muchas veces no comía porque me daba flojera, me aguantaba con una fruta, ene tazas de café y casi diario remataba la tarde con un paquete de galletas, de las que vienen 12, mínimo. Y la verdad, pensaba que la gente que evitaba el gluten o el azúcar estaba siendo obsesiva. “¿Para qué complicarse tanto la vida?”
Cuando la inflamación me pasó la factura
Tengo endometriosis, y el dolor es de otro nivel. De esos que ni el yoga, ni el té de manzanilla, ni la bolsa de agua caliente logran calmar. Ni siquiera dos o tres ketrolacos. Soy ese caso que se tiene que hacer bolita y llorar, porque además, me dura díiiiias, generalmente de 3 a 6. Súmale a la ecuación mis miomas e hipotiroidismo y entenderás que mi cuerpo gritaba “¡auxilio!”.
Ahí apareció una nutrióloga que me habló de algo que nunca había considerado: la inflamación crónica. Que muchos de nuestros achaques vienen de ahí y que lo que comemos puede ser gasolina o medicina. Esa cita fue un parteaguas.
Lo que descubrí en dos meses de dieta antiinflamatoria
Empecé la dieta antiinflamatoria y, honestamente, pensé que iba a ser un suplicio. Lo fue… las primeras semanas. Dejar el azúcar y los ultraprocesados me dio abstinencia real: fatiga, antojos, mal humor.
Pero después vino la magia.
La gastritis y colitis casi desaparecieron.
Dejé de enfermarme tan seguido.
Tengo más energía (y más paciencia).
Me siento mucho menos inflamada.
Lo curioso es que los beneficios empiezan rapidísimo y eso que a nivel celular, los cambios pueden notarse apenas en el tercer mes ¡qué emoción lo que me falta!. Y ojo, yo no lo hice para bajar de peso. Sí bajé un poquito, pero lo más importante fue la ligereza en mi cuerpo.
No solo lo que comemos: también lo que nos ponemos
La vida me dio otra lección en el pasillo de cremas del súper. Compré una con olor de esos deliciooooosos pero que huelen más artificial que nadal, me la puse y… ¡boom! Un rash impresionante que me duró como una semana, pero en el momento en el que la dejé de usar, el rash y la dermatitis fueron cediendo.
Qué importante ir aprendiendo a escuchar tu cuerpo, y esta intuición poco a poco se va afinando cada vez más, tengo la piel súper sensible y en el momento supe que la crema olor a chicle no le había encantado a mi piel.
Mi nutrióloga me recordó que lo que nos ponemos en la piel también influye: muchos cosméticos traen disruptores hormonales. Y entendí que el autocuidado no es solo la comida: también son los shampoos, cremas, pastas de dientes y todo lo que se cuela en el cuerpo por otras vías.
Un reencuentro con Ayurveda (y el oil pulling)
Este viaje también me hizo regresar a prácticas que había dejado olvidadas, como el oil pulling ayurvédico (ese enjuague con aceite que parece extraño hasta que lo pruebas). Entre sus beneficios están:
Menos bacterias en la boca.
Encías más sanas.
Mejor digestión.
Menos inflamación en el cuerpo.
En mi caso, lo hago con el Oil Pulling de Ringana, que se llama Tooth Oil. Y aquí un paréntesis sincero: yo nunca pensé en vender cremas ni productos —soy malísima vendiendo, cero mi perfil—. Pero cuando una amiga me presentó esta marca, fue como si el universo me la hubiera mandado justo en el momento en el que estaba buscando algo así: limpio, efectivo, sin químicos nocivos. Lo probé y me funcionó. Tanto, que ahora lo recomiendo porque de verdad me ha ayudado.

No es obsesión, es amor propio
Antes veía todo esto como exageración. Hoy lo entiendo como otra forma de escuchar a mi cuerpo. No busco ser perfecta ni purista: me interesa estar más consciente de lo que entra (y se queda) en mi sistema.
Al final, la dieta antiinflamatoria me enseñó que cuidarme no es un lujo ni una moda, sino un recordatorio de que tengo una relación con mi cuerpo. De que es un camino de autodescubrimiento. Y que esa relación merece atención, paciencia y un poquito de juego. Que mi salud no es un juego y que sí, sí te pasa la factura, pero también, que el cuerpo es sumamente noble y responde divino cuando empezamos a quererlo y apapacharlo.
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