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Balasana y los duelos invisibles: rendirse a lo que no fue

  • msaucedob
  • 3 jul
  • 3 Min. de lectura

Hay algo muy poderoso en la postura del niño. Postramos nuestra frente, con humildad, hacia la tierra, con el corazón por encima de la cabeza. 


La frente en la tierra no es sólo una postura. Es un gesto de rendición, pero no de derrota. Es lo más cercano que tengo a un ritual para despedirme de todo lo que no fue.

Y eso, últimamente, ha sido mucho.


Hay una parte de la adultez que nadie te explica. Esa en donde chance no ocurren grandes catástrofes, pero te vas haciendo de pequeñas muertes. Micro duelos que se te quedan atorados en el pecho. Nadie los ve. Nadie los valida. Pero están ahí: los hijos que no tuviste con ciertas parejas. Las parejas que no pudieron, o no quisieron, construir contigo. Las relaciones que no murieron de golpe, sino por desgaste. Las casas que soñé habitar con personas que ya no están.Los trabajos y proyectos que no cuajaron. Las versiones de ti misma que fuiste sepultando. 


Las amistades que se rompieron, los familiares que te traicionaron, las aventuras que no viviste, y también, las que tuviste, probaste, y se diluyeron como agua entre las manos para no volver.


No hay velorio para esas cosas.


No hay “lo siento mucho”.


No hay flores, ni pésames.


Pero duele.


Algunas duelen fuerte.


Otras duelen hondo.


Y una que otra que duele cabrón.


Porque esos fragmentos se quedan ahí, en algún espacio atorados entre el alma, la garganta, la lengua y los ojos. Y los dedos… sobre todo entre los dedos.


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Es como un pequeño cementerio sin lápidas, nadie lo visita. 


Hay días que me despierto con una tristeza rara, sin nombre. Trato de seguir el día como si nada, pero la verdad es que estoy de visita ahí: en el cementerio interno. Es un lugar en el que definitivamente no quiero estar todo el tiempo, pero que por primera vez, ya no quiero negar. 


Porque cada una de esas pequeñas muertes habla de mí. De todo lo que he querido. De todo lo que he intentado. De todo lo que, aunque no floreció, existió por un momento.


Balasana: rendirse sin morirse

Por eso vuelvo a Balasana. No como una postura “fácil”, sino como un refugio. Porque en Balasana no hay exigencia. No hay corrección. No hay ego. Sólo un cuerpo replegado sobre sí mismo, diciendo: esto es lo que hay.


Y eso, a veces, es más que suficiente.


Balasana me recuerda que puedo inclinarme ante mis pérdidas sin taaaanto dramatismo, sin cura inmediata. Que rendirme ante lo que no fue también es una forma de autocuidado. Que no todo tiene que sanarse en chinga para darle la oportunidad de ser visto con ternura.


Balasana me enseñó a rendirme. No ante el dolor, sino ante la verdad de que no todo se va a cumplir. Y está bien. Aun así, podemos seguir.


Este post es para ti si alguna vez te has preguntado si lo que no pasó también cuenta como pérdida. Si te duele lo que ni siquiera empezó.


En una de esas hoy quieras hacer esta postura, aunque sea dos minutos. No para sanar nada, ni para resolver. Sólo para quedarte contigo. Con tus duelos sin nombre. Con lo que no fue y, sin embargo, también es parte de ti.


Porque no todo se cierra, pero sí se integra.

Yo te acompaño desde el mío. Te abrazo desde mi tapete, con mis versiones que no existieron. 



P.S.  Balasana (postura del niño)

Es profundamente simbólica: recogimiento, vulnerabilidad, rendición sin muerte, conexión con la tierra, con la infancia, con el cuerpo protegido. 


 
 
 

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