Si lo personal es político, ¿el yoga lo es?

Sobre el documental Bikram: Yogi, Guru, Predator, de Netflix.

Lejos de querer polemizar en contra

de cualquier publicación o persona, sino más bien, de una postura que muchas veces he sentido

mía, en donde me he visto tentada a callar para no incomodar, para no generar conflicto, porque

¿qué necesidad?

Pero por el otro lado, no ha dejado de rondarme en la cabeza la idea del yoga como acto político,

pues si bien “lo personal es político”, no hay esfera más personal que la práctica de yoga, que todo

lo abarca y todo lo toca. Intentar sustraerse ante casos de abuso o corrupción, como el del

documental mencionado, para mi simplemente no es opción; hacerlo significaría voltear la vista

conscientemente, y en estos casos, el silencio habla incluso más fuerte.

He visto publicaciones de yoginis que me incomodan hasta la náusea, citas textuales como “el

yoga es amor, no queja” y entiendo que este mundo nos prefiere calladas, lindas, en yoga pants de

Lululemon (este es otro tema jaja) presumiendo arcos hermosos en el feed (todo esto es chulísimo

y no tiene ningún problema), pero ¿qué pasa cuando sólo se queda… ahí, en una fachada

mágicamísticaespiritual sin sustento, en la vacuidad del #bliss #love #light?, ¿en verdad

#openheart #anahatachakra #ibendsoidontbreak te están haciendo más compasivo?

Para mí, el yoga es, o debería ser queja ante la injusticia, debería ser espacio seguro para las hijas y

yoginis que vienen detrás de nosotras, debería actuar y hablar desde instancias en donde no

alcanza la voz.

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Por suerte, cada vez hay más voces, más foros, más consciencia y más acción. A mi me vuela la cabeza la labor de Cautiva Yoga, un colectivo de instructores voluntarios que llevan el yoga a frupos vulnerables o volnerados.

Trabajan en centros de rehabilitación, reclusorios, comunidades rurales y hogares temporales.

Porque no hay pretexto, desde donde estemos, podemos regresar un poco de lo que nos ha sido dado.